Esta semana el post es una auto reflexión sobre el error, las expectativas y la indecisión. Casi un “pensamiento en voz alta” que espero os sirva para reflexionar también.
Desde niños, nos inculcan que tener éxito es no equivocarse, que somos buenos si lo hacemos bien a la primera. Nos acostumbramos a huir del error, nos genera culpa y nos machaca la autoestima. Hemos aprendido a ocultarlo, a negarlo, a no verlo.
La consecuencia de esto es que, si no lo vemos, no abrazamos la enseñanza que nos deja y por tanto casi con seguridad nos auto condenamos a repetirlo.
PROCESO DE APRENDIZAJE NATURAL
Naturalmente, cuando somos bebés y niños pequeños, nos equivocamos una y otra y otra vez… probamos las cosas de una manera, de otra… repetimos acciones hasta el hartazgo de los mayores… en definitiva, estamos aprendiendo. Necesitamos repetir acciones a fin de incorporarlas. Necesitamos tropezarnos al andar cientos de veces; acercar la mano al fuego, para saber que quema. Y está bien.
A partir de cierta edad, la educación nos marca pautas de excelencia que nos llevan a que el error tenga una connotación negativa. A partir de cierta edad, “está mal equivocarse”.
Pero el hecho es que es una forma natural de aprendizaje. Aceptarlos como tales nos hace verlos claramente. Y curiosamente, al “mirarlos a los ojos” y aprender de ellos, hará que a la larga cometamos menos (o al menos otros distintos, y ¡no siempre los mismos! ).
Tenemos una relación paralizante con el error. Ponemos nuestra mirada hacia el pasado o hacia el futuro. Si miramos hacia el pasado, nos culpamos y castigamos por habernos equivocado. Nos sentimos impotentes y desdichados porque no podemos cambiar el pasado. Si por el contrario miramos hacia el futuro, nos preocupamos y dejamos de actuar por no cometerlos. De una forma u otra, esto nos paraliza. No nos permite estar en el PRESENTE.
Debemos aceptar que CADA UNO HACE LO MEJOR QUE PUEDE, CON EL GRADO DE CONSCIENCIA QUE TIENE EN ESE MOMENTO.
Sí, seguramente si tuviéramos la “bola de cristal” y pudiéramos ver con claridad el futuro, puede que hubiéramos tomado decisiones distintas en más de una ocasión. Pero el hecho es que, por lo general, no sabemos cuál será el resultado. Entonces, ¿qué sentido tiene castigarnos por el resultado de algo que, cuando decidimos hacerlo, no sabíamos que iba a pasar y la decisión la tomamos desde lo que creímos en ese momento que era correcto?
La persona que somos al momento de tomar una decisión y la que somos cuando evaluamos el resultado NO ES LA MISMA. El hecho es que la acción realizada y su consecuencia nos han cambiado. Somos distintos. Y, por lo general, eso se debe a que hemos aprendido.
Llegados a este punto, en realidad parece algo “de locos” castigarnos por el error… y ganaríamos mucho en salud si comenzáramos a tratarnos a nosotros mismos como tratamos a un niño pequeño que está aprendiendo a andar.
Nos gustaría saberlo todo de antemano, vivir en la certeza de los resultados de lo que hacemos (Yo, la primera, y creo que no soy la única, jeje). Pero la realidad es que:
- Salvo que seamos videntes, NO PODEMOS. No se puede. Sé que os gustaría leer otra cosa, pero la realidad es que la mayoría de las veces no podemos prever las consecuencias. Debemos aceptarlo como parte de la vida. En el momento en que realmente lo aceptemos, seremos libres.
- Si fuese realmente posible, probablemente SERÍA MUY ABURRIDO. En serio, pensadlo un momento. Si supiéramos los resultamos 100% de lo que estamos por hacer, dejaríamos de tener expectativas, sueños, dejaría de tener sentido el hacerlo, porque total “ya sabemos lo que va a pasar”. Vivir las experiencias dejaría de tener sentido…
- La mayoría de las veces, el equivocarnos NO ES TAN TREMENDO. Salvo casos extremos, por lo general nuestros errores de diario no suelen ser tan graves. Muchas veces son fácilmente solucionables. Tenemos al alcance posibilidades de enmendarlos, de rectificar. Si actuamos con buena voluntad, la vida nos da la posibilidad de rectificar.
Pretendemos tomar decisiones en función de los resultados. Eso nos paraliza. Nos impide avanzar. Pero lo cierto es que suele ser preferible DAR UN PASO EN LA DIRECCIÓN EQUIVOCADA QUE NO MOVERSE HACIA NINGÚN SITIO. Porque si me muevo y me equivoco, al menos descarto posibilidades. Si me quedo quieto no gano nada.
Tenemos mil ejemplos de personas de éxito. Deportistas famosos, empresarios millonarios… y lo que coincide en todos ellos no es que no se hayan equivocado, sino que son los que más errores han cometido y se han mantenido en movimiento hacia su meta, hacia su sueño, a pesar de ellos. Se han equivocado miles de veces y han aprendido hasta ser maestros en lo que hacían. Al final, el que más arriesga y más se equivoca, más aprende y más termina sabiendo.
Así que os invito a que actuemos siempre desde nosotros, desde el corazón. Que decidamos con consciencia, no en función de lo que esperemos que resulte, sino desde lo que sentimos como correcto. Que le dejemos a la vida que nos dé esos resultados (que muchas veces son no lo que queremos, sino lo que necesitamos), los aceptemos y recibamos el aprendizaje de ellos. Y que disfrutemos del camino como cuando éramos niños.
Namasté
Fotos de: Sisssou, openDemocracy, Anne-Lise Heinrichs; Jonathan Rubio.