“Un profundo desasosiego me oprime el pecho. Hay algo que está muy mal en mí y siento que no tengo escapatoria”
¿Te has sentido así o de forma parecida alguna vez en tu vida? Si es así, es muy probable que estuvieras sintiendo culpabilidad. Has hecho algo que está muy mal y tu juez interno particular te mira con expresión ceñuda y te señala con su dedo índice.
Lo conoces muy bien. Y él también a ti. Es un personaje que te acompaña en forma de normas y preceptos que, desde que naces, y a medida que vas creciendo, te van moldeando para que puedas encajar en tu país, en tu comunidad, en tu familia, en tu círculo de amigos, en definitiva, en el escenario de tu vida. Las reglas del juego facilitan que puedas convivir con cierto orden y desde el respeto a los demás.
Hasta aquí todo bien. O no… Porque el problema aparece cuando la figura del juez se instala en ti y está permanentemente sentenciando tus acciones. Y siempre sales condenado. Entonces te crees que eres culpable de cualquier situación y mereces un castigo por ello. Lo malo es que el castigo llega.
Te pongo un ejemplo práctico: Imagínate que has dejado solo a tu hijo pequeño jugando en su habitación para tomarte unos minutos de descanso. Estás hablando con una amiga por teléfono y de repente oyes un ruido seco, vas corriendo a la habitación de tu hijo y te lo encuentras en suelo con un espectacular chichón. Se ha caído mientras intentaba subirse a una silla. Una luz roja se enciende en tu cabeza: “no debería haberlo dejado solo, si me hubiera quedado con él esto no habría ocurrido, soy una madre descuidada.” Automáticamente tu juez personal alza su dedo índice (¡si es que alguna vez lo había bajado!) y te dice que mereces un castigo, pero no sabes cuál será. Y entonces te caes y te rompes un brazo o alguien te roba el bolso. Aparentemente no hay relación entre causa y efecto, pero lo cierto es que ese puede ser un estupendo mecanismo de camuflaje para que esa culpabilidad dure más y se quede cómodamente instalada en el “sofá de tu casa”. Y lo ves clarísimo… ¡sabes que eres la peor persona del mundo!
Imagina tu mundo sin la mochila de la culpabilidad
Puedo decirte que muchas de las personas que vienen a la consulta descubren durante su proceso que la culpabilidad está en la raíz de su malestar y de los conflictos que están padeciendo. Este descubrimiento nos lleva casi siempre a un “lugar” en el inconsciente, como si fuera un “disco duro”, en el que se alojan todas las creencias limitantes que tienes sobre ti mismo y que dirigen tu vida sin tú saberlo. Son las que utiliza tu “juez interno” para machacarte implacablemente.
Quizás te resuenen frases como estas: “no soy lo suficientemente bueno, listo, rápido, locuaz, divertido (pon el adjetivo que más te “entusiasme”), “no gano suficiente dinero para pagar todos los gastos”, “tendría que dedicarle más tiempo a mis hijos, a mi marido, a mis amigos.” Estoy segura de que puedes completar esta lista de “debería” con las cuestiones más variopintas y de que ¡sería muy pero que muy larga!
Y al lado de cada “debería” es muy posible que puedas escribir la “culpa” que acarrea cada uno de ellos. Traducido al “idioma judicial” que nos ocupa significa que eres culpable “por no ser como los demás esperan de ti, porque no eres lo suficientemente bueno en tu trabajo o porque no eres un buen padre, una buena madre, compañera o amiga”
Todos esos “debería” con su “culpa” correspondiente que acumulas son una pesada carga que te lastra. Es como llevar a la espalda una mochila cargada de piedras. No la ves porque está detrás y por eso te olvidas muchas veces de que la llevas. Pero sientes el peso sobre los hombros que a veces incluso se transforma en dolor. Y además te sientes cansado, o enfadado, o triste.
Llegados a este punto y continuando con el símil, tienes dos opciones.
Puedes continuar cargando la misma mochila y a lo mejor refunfuñar todo el camino echándole la culpa a las piedras del suelo, a los árboles que te hacen sombra, a los otros caminantes que te ponen la zancadilla o a ti mismo por no ser un buen caminante. Todas ellas son las diferentes manifestaciones de ese “juez interno” cuya misión es la de que TÚ no sueltes tu mochila de piedras “ni con agua caliente”.
O puedes pararte un momento a descansar en el camino, quitarte la mochila, abrirla y revisar lo que llevas dentro mientras disfrutas del paisaje.
¿Con qué opción te quedas? ¿Cuál te resuena más?
Para ayudarte a decidir te propongo un sencillo ejercicio de visualización.
Cierra los ojos, toma unas cuantas respiraciones profundas y empieza a imaginarte como un caminante. Observa la mochila que llevas. ¿Cómo es? ¿Es grande o pequeña? ¿De qué color es? ¿Cómo la sientes en tus hombros? ¿Es pesada o ligera? ¿Cómo está tu cuerpo? ¿Querrías continuar? ¿Cómo sería para ti quitarte esa mochila? Puedes hacerlo si quieres. Imagina cómo te quitas esa mochila y la dejas a un lado, cerca de ti. Te la puedes volver a poner cuando quieras, porque es tuya.
Después chequea cómo te sientes sin la mochila en tu espalda. Lo más probable es que sientas alivio, que tus hombros se relajen y puedas respirar mejor. Ahora pesas menos y te sientes más libre. Seguramente el camino te parece más fácil.
Y ahora que te lo has imaginado y lo has sentido en el cuerpo estás más cerca ¡de creerte que puedes LIBERARTE DE LA CULPA!
LOS 5 PASOS QUE TE AYUDARÁN A LIBERARTE DE LA CULPA
Antes de ponernos “manos a la obra” te quiero explicar varias cosas que he descubierto sobre la culpa:
– La culpa ocupa un espacio infinito dentro de ti y te resta mucha energía. Mientras estás entretenido hipnotizado por el dedo acusador de tu simpático juez interno, te pierdes todo lo demás, que es mucho, porque todo lo demás es tu vida, una vida de plenitud que tú podrías crear.
– La culpa impide que tomes las riendas y te responsabilices de tu vida. Mientras entonas el “mea culpa” te quedas en el mismo sitio. Es la excusa perfecta para no hacer nada.
– La culpa encuentra siempre el castigo. Culpa y castigo son la pareja perfecta, igual que no hay víctima sin verdugo no hay culpa sin castigo. Si “decides” seguir sintiéndote culpable has de saber que en el mismo lote va el castigo. ¡Dos por el precio de uno!
Y después de estas magníficas “collejas” que te he soltado espero que a estas alturas ya te hayas convencido de que lo mejor va a ser que te deshagas de la culpa cuanto antes (¡fuera bicho!).
Para ello te propongo cinco pasos que si los pones en práctica te ayudarán a empezar a sentirte más ligero. Elige un día para ponerlos en práctica y “armate” con papel y lápiz para anotar lo que va ocurriendo. Puedes utilizar 5 hojas, una para cada paso.
Empieza tu día normalmente pero con el “detector de humos” enchufado. El lema es: “allí donde hay humo está cerca el fuego”. El “humo” sería cualquier sensación de malestar o incomodidad que percibes en ti. Suele ocurrirnos varias veces a lo largo del día y lo que te pido es que estés atento a esas señales y que elijas una para pararte y respirar. Entonces podrás empezar a escribir.
1º. Identifica tu juez.
¿En qué situación está apareciendo? ¿Qué me dice? ¿Qué palabras utiliza? Anota la situación de malestar que has detectado, con las palabras y frases que te surjan. Por ejemplo: tu compañera de trabajo te ha reprochado que siempre llegas tarde y enseguida oyes a tu juez “lo haces fatal, eres una estúpido/a por no calcular bien el tiempo a la hora de salir de casa”. No importa lo feas o duras que sean las palabras. Lo importante es “agarrarlas” y plasmarlas fuera de ti (para eso te sirve el papel).
Este paso te da información sobre el contenido de tu “disco duro”. Así puedes empezar a salir de ese círculo vicioso en el que te quiere mantener tu “juez interno” y una manera de empezar a establecer un diálogo con él para que deje de ser un monólogo acusatorio.
2º. Observa tus emociones.
¿Qué siento en esta situación? ¿Cómo reacciono? ¿Qué me molesta? “Siento rabia y la sensación de que nunca lo hago bien” “me siento culpable por no ser capaz de organizarme mejor” “Me enfado con mi compañera y luego me pongo triste”.
Recuerda que las emociones son “el humo que señala el fuego” y el fuego es casi siempre esa culpabilidad encubierta que vive agazapada en ti y que tu juez interno siempre transforma en una acusación.
Este paso te ayuda a dejar de funcionar con el “automático”, lo que está pasando en ti y lo que sientes. De este modo aprendes a conocerte te haces fuerte para poder hablarle “cara a cara” a tu juez interno.
3º. Crea un espacio más amoroso dentro de ti.
Ahora que hemos disuelto la culpa ¿Qué cosas hago bien? ¿Qué necesito para sentirme mejor conmigo mismo? ¿Qué personas o que lugares me sientan bien? En el ejemplo que nos ocupa podrías anotar los momentos o situaciones en las que sí te has organizado bien y has llegado a tiempo. Esto te permitirá darte cuenta de que sí que eres capaz de organizarte y de que quizás puedas modificar algo para mejorar ese aspecto de ti. O a lo mejor descubres que hay un mensaje oculto y que llegas tarde a los sitios a donde inconscientemente no quieres ir.
Este paso te permitirá empezar a “despedir” a ese juez gruñón con la toga negra que te ha incordiado tanto hasta ahora y de “contratar” a un nuevo compañero más amable y luminoso contigo. Alguien que “trabaje” contigo y a tu favor.
4º. Siéntelo en el cuerpo.
Ahora es el momento de que dejes el lápiz, cierres los ojos y te relajes. Hagas tres respiraciones profundas, pongas atención en tu cuerpo y te preguntes dónde está alojada esa culpa que has detectado en los pasos anteriores. ¿En qué parte del cuerpo la siento? ¿Qué forma tiene? ¿De qué color es? “Siento una fuerte tensión en los hombros, es como una losa negra que me pesa mucho y me causa dolor”. Podrías sentirla como un nudo, como una piedra, como una fuerza que te empuja hacia abajo…Deja que surja la imagen y luego quédate ahí, sostenlo…
Este paso te ayuda a sentirlo, encararlo y así poder transformarlo. El cuerpo es el mensajero de lo que tu ser interno te dice.
5º. Disuelve la culpa
Busca la manera visual de disolver la “forma” de tu culpa. ¿Cómo la podrías deshacer? Si es una losa puedes imaginarte como un chorro de agua muy potente va erosionando la losa, redondeandola y haciéndola cada vez más pequeña. Si es un nudo puedes imaginarte unas tijeras gigantes que van rozándolo hasta cortarlo. El objetivo es que desaparezca pero si no lo consigues no pasa nada, es suficiente con que disminuya o se aligere. !Es un buen resultado para una primera vez!
Este paso te pone en contacto con tu capacidad para hacerte cargo de la culpa y sentir que puedes manejarla. Tanto que puedes llegar a disolverla! Como el cerebro entiende sobretodo de imágenes con esta visualización estás “hablando” directamente con tu cerebro. Es como si hubieras limpiado tu “disco duro” eliminando una información obsoleta que ya no te sirve. Así tu “juez interno” tendrá menos “munición” para lanzarte.
Estas son herramientas prácticas que podrías aplicar en tu vida para empezar a apagar el botón del “automático” y generar tu propio cambio.
Porque en definitiva se trata de que te des cuenta de tres cosas
Primero. Lo que ocurre fuera es un reflejo de lo que hay dentro de ti. Proyectas lo que eres, así que si te escuchas, te cuidas y te tratas con respeto y amor eso mismo recibirás de la vida. Lo que te das, le das a los demás. Y lo que das, recibes.
Segundo. Puedes ver las cosas de otra manera. Aquí y ahora, puedes decidir cambiar el color de los cristales de las “gafas para ver la vida” que llevas puestas. Tú eliges si te quedas con el color del AMOR o con el del juicio y la culpabilidad.
Tercero. Es más fácil de lo que crees.
Esta última afirmación me lleva a hacerte una propuesta “revolucionaria”: ¡Imagina que en realidad no tienes que hacer nada!
Cierra los ojos. Respira. Imagina que dentro de ti convive otro personaje del que no hemos hablado hasta ahora. Es uno también amable, amoroso y sabio, muy sabio. Tiene el poder de hacer que las cosas sean fáciles en tu vida. Es como si fuera “el anciano sabio de la tribu”. Él sabe la respuesta a todas tus preguntas y además tiene el poder “mágico” de encargarse de tus asuntos. Siempre está contigo y siempre sabe lo que te conviene. ¿A que suena bien?
Haz la prueba y la próxima vez que te sientas culpable le entregas la situación a este “anciano sabio”. Le puedes decir algo así como: “encárgate tú, confío en ti porque tú eres más sabio que yo.”
En realidad lo estás dejando en manos de esa parte tuya que sabe y que toma las decisiones desde el amor. No importa lo que hayas hecho, ni lo que hayas dicho. El pasado ya no existe y solo tienes el AHORA. Es lo único que cuenta…y ¡tú decides cómo quieres vivirlo!
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